¿Qué pasa con la terapia en vacaciones? Cómo se viven las pausas desde el vínculo terapéutico

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Una pausa que no siempre descansa

La terapia en vacaciones no siempre se interrumpe sin consecuencias emocionales. A veces, lo que parecía una simple pausa se transforma en algo que toca profundamente el vínculo terapéutico. Llegan las vacaciones y, junto al descanso, puede aparecer algo inesperado: inquietud, culpa, angustia o una especie de vacío. En teoría, debería ser un tiempo para desconectar, disfrutar y dejar atrás las preocupaciones. Pero cuando estás en proceso terapéutico, la interrupción de las sesiones puede remover más de lo que parece.

Puede que te preguntes por qué te afecta tanto “perder unas semanas” de terapia en vacaciones. O que sientas un malestar difuso al acercarse la fecha del parón. Incluso puede pasar que, aunque digas que “todo bien”, algo dentro se incomode sin saber del todo por qué.

Cuando el vínculo terapéutico se interrumpe (aunque sea por poco)

La terapia no es solo un espacio para hablar: es un lazo. Un lugar donde se construye un vínculo que, por momentos, puede parecer invisible, pero que sostiene mucho más de lo que creemos. En la terapia en vacaciones, no solo se suspende el espacio físico de consulta. También se activa una cadena de asociaciones, recuerdos y fantasías que tienen su lugar en la transferencia.

Cuando ese espacio se interrumpe —aunque sea por un viaje o unas semanas de descanso—, lo que se moviliza no es solo la agenda, sino también la transferencia: esa forma singular en que cada persona liga afectos, recuerdos, miedos y deseos a quien le escucha.

Y es que una pausa en el tratamiento puede resonar con otras pausas anteriores: una separación, una pérdida, una ausencia significativa. No es que el presente lo provoque todo, pero lo actual puede reactivar lo vivido.

¿Qué emociones suelen aparecer?

  • Culpa por “dejar” la terapia justo ahora.
  • Miedo a que el terapeuta se moleste o se olvide de ti.
  • Dudas sobre si podrás retomar igual terapia en vacaciones.
  • Rabia o tristeza que no sabes cómo explicar.
  • Incertidumbre sobre si algo quedará pendiente para siempre.

Cuando se aproxima una pausa en la terapia, es común que aparezca la culpa: “¿estaré fallando?”, “¿me molestaré a mí o al terapeuta?”. Esa sensación tiene mucho que ver con mecanismos inconscientes vinculados al autoexigencia y al autojuicio, temas que se abordan en profundidad en el artículo “¿Te culpas por todo? Descubre por qué sentirse culpable puede convertirse en una trampa emocional”.

Y a veces, aparece una evitación silenciosa: no decir nada antes de irte, no volver a escribir al volver, o pensar “ya veré si vuelvo”, como si algo se hubiese roto.

El valor de poder hablarlo

Hablar de la pausa en sesión no debilita el vínculo. Lo fortalece. Anticiparlo, ponerle palabras, decir lo que te inquieta o lo que temes, permite elaborar lo que de otro modo quedaría en silencio… o actuado.

Hay personas que, antes de una interrupción, sienten que “mejor no abrir nada nuevo”. Prefieren no tocar ciertos temas, para no quedarse con eso “dando vueltas” en vacaciones. Esa precaución, aunque comprensible, también habla del valor que tiene el espacio analítico para contener lo que se mueve dentro.

Cuando utilizamos conceptos como carga transferencial o vínculo terapéutico en este artículo, nos referimos a herramientas propias del psicoanálisis. Si quieres entender mejor qué es y cómo funciona esta forma de terapia, puedes consultar “¿Qué es el psicoanálisis? 7 claves para comprender esta terapia en la actualidad”.

No es solo el paciente quien se va

También el analista toma vacaciones. Y eso, aunque esperable, puede tocar un punto delicado. ¿Cómo vivir que quien te escucha, quien te ha acompañado, ahora se ausente? Hablar de la terapia en vacaciones nos permite pensar cómo vivimos las ausencias: propias o ajenas, reales o simbólicas.

Puede sentirse como abandono. O como desinterés. Incluso puede despertar fantasías de reemplazo: “¿estará atendiendo a alguien más en mi horario?”, “¿seguirá acordándose de mí?”.

Todo eso se puede decir. De hecho, poder decirlo sin ser juzgado ya forma parte del trabajo analítico.

Una pausa no siempre es un corte

Poder sostener el deseo de continuar, incluso en el silencio de las vacaciones, ya es una forma de cuidado. Hay quienes mantienen su horario reservado como forma simbólica de sostener su lugar. Otros dejan en claro que volverán, pero necesitan tomar distancia. Algunos se sienten confusos, y eso también es válido.

Lo importante no es forzar un tipo de reacción “correcta”, sino abrir el espacio para que lo que se mueve pueda ser pensado. Cada persona vive la terapia en vacaciones de forma distinta. Para algunos es liberador; para otros, movilizador. Lo importante es que se pueda pensar en el espacio analítico.

¿Y si al volver ya no es igual?

Puede que al volver a sesión sientas que algo ha cambiado. Y es verdad: el vínculo también pasa por el tiempo y el movimiento. A veces, después de una pausa, se puede retomar con más claridad. Otras veces, cuesta volver a entrar.

Eso no es señal de que “la terapia ya no sirve”. Es parte del proceso. Y hablar de ese retorno también puede abrir nuevas capas del trabajo.

¿Qué puedes hacer si te pasa esto?

Conviene que las pausas en la terapia en vacaciones se anuncien con algo de anticipación. No hace falta tenerlo todo claro, pero poder nombrar que habrá un paréntesis ayuda a que no tome por sorpresa ni al cuerpo ni a la palabra.

Cuando quien se ausenta es el paciente, decirlo en voz alta —aunque sea de forma sencilla— puede dar lugar a lo que se mueve internamente ante la idea de pausar la terapia en vacaciones.

Y si es el terapeuta quien se tomará un descanso, a veces preguntar por una fecha aproximada de regreso da cierta orientación y alivia la incertidumbre que puede acompañar este tipo de interrupciones.

También puede ser útil hablar en sesión de lo que despierta esa pausa. Incluso si parece un tema menor, a menudo hay más contenido en esas sensaciones que en lo que se dice directamente. En la terapia en vacaciones, lo que no se nombra muchas veces se actúa.

Si lo que aparece es incomodidad, ansiedad o incluso enfado, no significa que algo vaya mal. Al contrario: puede ser señal de que hay algo valioso para pensar, especialmente en el contexto de una pausa en la terapia en vacaciones.

Cada caso es distinto. Lo importante no es evitar lo que incomoda, sino tener un espacio donde poder elaborarlo. Porque volver también puede ser una forma de reencontrarse, incluso con lo que no se había dicho antes.

Pausar no es abandonar.
Retomar no es retroceder.
Y si la pausa movió algo, eso también puede ser trabajado. Porque el análisis —como la vida— no es lineal, pero sí puede ser sostenido.

Estudios recientes, como el de la Universidad de Tampere, indican que bastan ocho días de desconexión para reducir significativamente los niveles de estrés, mientras que extensiones más largas no siempre aportan más beneficio. Teresa RAC1 explicaba que «más vacaciones no mejora tanto si ya se ha llegado a esos ocho días clave»

Si sientes que retomar la terapia después de las vacaciones te pone nervioso o dudas por temas económicos, quizá te interese leer cómo muchas personas han comenzado con opciones accesibles, como se explica en “Empezar terapia bajo coste en Cerdanyola: ¿qué te frena realmente?”.

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