El lugar del otro en el amor. ¿Por qué amamos a quien amamos? Esta pregunta, aparentemente simple, nos abre a una red profunda de sentidos. Desde una mirada psicoanalítica, amar implica mucho más que una emoción: es una forma de estructurar el deseo, de lidiar con la falta, y de convocar al otro desde una posición inconsciente. Este artículo explora el lugar del otro en el amor a partir de tres ejes fundamentales: la dependencia afectiva, el deseo y la repetición. Un recorrido para quienes quieran pensar sus vínculos desde otra perspectiva.
Más allá de lo romántico, el amor siempre está atravesado por lo que hemos vivido, lo que anhelamos y lo que tememos. A menudo, sin darnos cuenta, llevamos al otro al lugar de quien debe salvarnos, calmar nuestros vacíos o confirmar nuestra valía. Pero ¿y si el otro no está ahí para eso? ¿Y si amar implicara también perder algo de control, aceptar la diferencia, la incertidumbre y lo que no se puede prever?

Tabla de contenidos
Lo que encontrarás en este artículo
- El otro como necesidad: la trampa de la dependencia
- Amar sin poseer: el deseo como motor
- Repetir para entender: vínculos que se repiten
- Conclusión: amar sin perdernos
El otro como necesidad: la trampa de la dependencia en el lugar del otro en el amor
Cuando el amor se confunde con la necesidad, el otro deja de ser un sujeto y se convierte en un sostén emocional. Esta dependencia afectiva, lejos de ser amor genuino, puede ser la forma en que evitamos enfrentarnos a nuestro propio vacío. El lugar del otro en el amor, en estos casos, queda reducido al de alguien que debe «estar siempre«, como una protección emocional.
Este tipo de vínculo no se basa en el deseo sino en el miedo: miedo a la soledad, al abandono, a la pérdida. La paradoja es que cuanto más necesitamos al otro, menos lo deseamos realmente. Más que amar, lo que hacemos es aferrarnos para no caer. Y eso termina asfixiando tanto al otro como a uno mismo. La dependencia crea relaciones donde el amor se vuelve obligación y el otro se convierte en un refugio, no en una elección.
Amar sin poseer: el deseo como motor
Amar desde el deseo es aceptar que el otro no está para completarnos, sino para afectarnos. El deseo no busca saciedad, sino que se despliega desde la falta. Lacan lo dice claramente: «el deseo es el deseo del Otro«. Es decir, deseamos lo que el otro desea, pero también deseamos ser deseados.
El lugar del otro en el amor, cuando se sostiene en el deseo, es el de quien provoca una pregunta, no quien da una respuesta. No hay amor sin falta, y no hay deseo sin distancia. Por eso, un amor que no posee ni anula es más verdadero que aquel que intenta fijar al otro.
Este tipo de amor no siempre es fácil: implica aceptar que el otro no nos pertenece, que hay partes de su mundo que no conoceremos. Pero también abre la puerta a una relación más libre, más viva, donde el deseo puede renovarse y el otro puede seguir siendo otro, sin dejar de estar con nosotros.
Repetir para entender: vínculos que se repiten
“Siempre me pasa lo mismo”. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado —o dicho— en torno al amor? Lo que se repite no es azar: es el retorno de algo no elaborado. En el amor, repetimos vínculos porque estamos tratando de reescribir escenas pasadas, sin saberlo.
El otro en el amor puede ser una figura desplazada de la infancia, una manera de volver a un dolor, para finalmente entenderlo. El problema es que muchas veces esa repetición se da en forma de síntoma: elegimos mal, nos dañamos, volvemos a empezar. Y aunque lo envolvamos en nuevas formas, el guion sigue siendo el mismo.
Desde el psicoanálisis, identificar las repeticiones es el primer paso hacia el cambio. No se trata de dejar de amar, sino de empezar a amar distinto. De dejar de buscar respuestas en el otro y comenzar a escucharnos, para no poner siempre al otro en el lugar de esa carencia infantil que nunca pudo resolverse del todo.
El trabajo terapéutico no busca eliminar la falta, sino aprender a habitarla. Cuando entendemos que el amor no tiene por qué ser simétrico, que no hay garantías ni certezas, se abre la posibilidad de un vínculo más real. Un amor donde el lugar del otro en el amor no es idealizado ni usado para taponar heridas, sino reconocido en su alteridad.
Amar sin perdernos
Amar no es perderse en el otro ni pedirle que nos salve. El lugar del otro en el amor debe ser el de alguien distinto, con su deseo, su falta, su misterio. Solo desde ahí es posible el encuentro.
La terapia psicoanalítica puede ayudarnos a comprender por qué nos vinculamos como lo hacemos, qué buscamos (sin saberlo) en el otro, y qué repeticiones nos mantienen atados a un pasado que pide ser escuchado.
Cuando damos lugar a esa exploración, el amor deja de ser un terreno de sufrimiento y se convierte en una posibilidad. No para encontrar a alguien que nos complete, sino para encontrarnos a nosotros mismos en presencia del otro, sin exigencias de perfección ni fantasías de fusión.
Y quizás entonces, podamos habitar el lugar del otro en el amor con más libertad, con más deseo y con más verdad.
Comprender el lugar del otro en el amor también implica revisar qué lugar nos damos a nosotras y nosotros mismos. Muchas veces, al ceder tanto al deseo del otro, olvidamos lo que verdaderamente queremos o necesitamos. Detenernos a escuchar esa contradicción interna puede ser el primer paso hacia vínculos más auténticos y menos reactivos.
¿Te interesa profundizar en el lugar del otro en el amor y cómo afecta a tus relaciones? Te invito a leer otros artículos del blog o a comenzar un proceso terapéutico en Cerdanyola.
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